

El fin de semana pasado fue el gran día de Sam. Se casó con Natalie, y yo estaba en la luna por ellos. Tenía el brindis preparado, había desenterrado fotos bonitas de su infancia y estaba entusiasmada con el baile de madre e hijo.
Sin embargo, en el momento en que entré en la ceremonia para felicitarlos, él estaba tan frío con los ojos llenos de… enfado, sólo un frío “gracias” y nada más. Pensé que tal vez estaba nervioso. A duras penas le convencí para que me hiciera esta foto de recuerdo.
Pero entonces, cuando llegó nuestro baile, casi se me para el corazón. Mientras empezábamos a bailar, Sam se inclinó hacia mí y me susurró: “Nunca te perdonaré esto. Arruinaste intencionadamente nuestro día con
…tu vestido blanco.
Al principio no entendí. Me miré y vi mi traje de encaje marfil, el mismo que había usado en la boda de mi hermana hace años. Para mí era elegante, discreto… pero para él, aquello era una traición.
“¿Cómo pudiste vestirte de blanco en mi boda? Natalie piensa que lo hiciste para eclipsarla. Toda mi familia cree que fue a propósito.”
Me quedé helada. Jamás se me habría pasado por la cabeza que ese color pudiera interpretarse así. Llevaba semanas pensando en combinarlo con un chal azul y zapatos color crema, justamente para que no se pareciera a un vestido de novia.
Pero ya era tarde. La foto, las miradas y los murmullos durante toda la ceremonia… todo había alimentado la idea de que yo había querido ser “la otra novia”.
Mientras bailábamos, quise explicarme, pero él apartó la vista. Y ahí, en medio de la música y los aplausos, supe que me costaría mucho más que un cambio de vestido recuperar a mi hijo.
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