

Así, mi familia perfecta fue aplastada en un momento. Hace poco mi marido estaba durmiendo cuando sonó su teléfono y decía “Dave”. Contesté, presentándome como su esposa, pero mi corazón se desplomó cuando oí a una mujer exclamar: “¿¡QUÉ!? ¡Deberías estar muerta!”.
¿Se imaginan mi sorpresa? Me enfrenté a mi marido. Me dijo: “Puedo explicarlo. Fue un error, una broma terrible”. Pero se volvió muy claro para mí que él tenía otra mujer.
Un par de días más tarde, me acerqué a él y le dije: “Tal vez deberíamos empezar de nuevo. Vamos a cenar”.
Tom sonrió. “Alice, eso significa todo para mí. Te prometo que esto es un nuevo comienzo”, aseguró. Y ese día, cuando entró en el restaurante donde íbamos a cenar, su rostro se puso blanco como la nieve…
…porque lo estaba esperando ella, la mujer de la llamada.
Yo ya la había localizado y contado todo. Nos sentamos juntas en la mesa central, una frente a la otra, con dos copas de vino servidas y la grabación de todas sus mentiras lista en mi teléfono.
Cuando Tom nos vio, se quedó paralizado en la puerta. Miraba a un lado y a otro como buscando una salida, pero el camarero ya lo había guiado hacia nuestra mesa.
“Siéntate”, le dije con la voz más fría que pude. La otra mujer, con una sonrisa helada, agregó: “Sí, Tom… tenemos mucho de qué hablar”.
Esa noche no hubo cena romántica, sino el fin de su doble vida. Y la foto que tomé un minuto antes —él entrando al restaurante sin saber lo que le esperaba— sigue siendo mi recordatorio de que la justicia, a veces, se sirve en un plato mucho más frío que la nieve.
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