

Mi hijo me llamó 10 veces mientras yo estaba en una reunión. Le llamé lo antes posible y me quedé espantado:
Hijo: “Papá, no sé qué hacer. Acabo de llegar a casa y oigo a mamá gimiendo y gritando en su habitación”.
Yo: “Querido, ¿entraste en su habitación?”.
Hijo: “Estoy demasiado asustado para entrar. Oigo voces masculinas dentro”.
Inmediatamente llamé a mi mujer, pero no hubo respuesta. Llamé al 911 por si podían llegar más rápido.
Entonces estos pensamientos vinieron a mi cabeza, ¿estaba ella SUFRIENDO? ¿Estaba en peligro? ¿Estaba con OTRO H.. No, no podía pensar así.
Cuando por fin llegué a casa, entré en nuestra habitación, mientras las sirenas de la policía se oían de fondo.
Y me imaginé cualquier cosa, pero NO LO QUE ACABO DE VER ya qué no era mi mujer sino MI
…suegra.
Allí estaba, tumbada en nuestra cama, rodeada de bolsas de hielo, toallas y con un paramédico a su lado.
Resulta que había intentado mover un mueble pesado para “sorprendernos” redecorando la habitación mientras no estábamos, pero se había torcido la espalda de mala manera. El “grito” que mi hijo oyó eran sus quejidos de dolor, y las “voces masculinas” eran del vecino y un amigo suyo intentando ayudarla mientras llegaban los servicios de emergencia.
Mi mujer había salido un momento a comprar medicamentos cuando todo pasó, y por eso no contestó al teléfono.
Yo estaba entre aliviado, avergonzado… y un poco molesto porque mi hijo ahora iba a pasarse semanas diciendo:
—”Papá, ¿te acuerdas de cuando pensaste que la abuela…?”
En fin… no fue una aventura ni una emergencia criminal, pero sí una lección para no dejar que la imaginación corra demasiado.
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