

Los médicos decidieron apagar las máquinas de soporte vital que mantenían con vida al joven oficial, pero antes de hacerlo, permitieron que su perro se despidiera. Pero entonces ocurrió algo inesperado.
El policía llevaba más de un mes en la UCI. Su cuerpo estaba conectado a numerosas máquinas que parpadeaban silenciosamente en la tenue luz de la habitación. El diagnóstico fue aterrador: una lesión cerebral traumática grave causada por una herida de combate sufrida durante el servicio. Había perdido el conocimiento y no volvió a despertar. Los médicos hicieron todo lo posible, pero la esperanza se desvanecía día a día.

Ese día, el equipo médico tomó una decisión difícil: si no había señales de mejoría, desconectarían los sistemas de soporte vital. La familia ya había sido informada. Antes de tomar esa terrible medida, permitieron que su fiel amigo, un perrito llamado Lari, entrara en la habitación.
Lari era aún un cachorro, pero ya servía con el oficial en la unidad canina. Compartían muchísimo: entrenamiento, turnos de noche, peligro, confianza mutua. El perro fue llevado a la habitación estéril; dio un paso adelante vacilante, con las orejas hacia atrás y sus grandes ojos brillando de preocupación y confusión.
Cuando Lari vio a su dueño inmóvil, su comportamiento cambió. El cachorro se quedó paralizado, se quedó quieto y observó atentamente el rostro familiar. Un segundo después, de repente empezó a ladrar fuerte, agudo e insistente, como si llamara a su humano para que despertara. Entonces, con una energía inesperada, saltó directo a la cama, olfateó la cara de su dueño y meneó la cola como si fuera un reencuentro más después de un turno.
Lari no dejaba de ladrar y lamerle las manos al hombre, y luego se echó sobre su pecho, apretándolo con todo su cuerpo contra él como si intentara compartir su calor. En ese preciso instante, ocurrió algo extraño e inesperado. Continúa en el primer comentario.

De repente, el equipo médico emitió un pitido agudo y los monitores empezaron a parpadear como si hubieran captado una señal desconocida. Su ritmo cardíaco se aceleró y su respiración se alteró.
— ¡¿Qué pasa?! —gritó la enfermera entrando corriendo a la habitación.
Los médicos entraron corriendo, presas del pánico. No podían creer lo que veían: la pantalla mostraba los primeros signos claros de respiración espontánea.
El policía parpadeó y luego intentó mover los dedos. El cachorro ladró alegremente y se frotó el hocico contra la mejilla, como si lo devolviera a la vida por completo.
Nadie podía explicar este fenómeno: quizá el olor familiar, la voz, la presencia del perro habían activado los mecanismos más profundos del cerebro, despertando la memoria y las ganas de vivir.

El oficial estaba débil, pero recuperó el conocimiento y, por primera vez en mucho tiempo, su mirada se fijó directamente en la alegre Lari. Incluso pareció que intentaba sonreír.
Los médicos, apenas recuperándose del shock, intercambiaron miradas y uno de ellos dijo en voz baja:
— Bueno, amigo… parece que no fue en vano que le dejamos despedirnos.
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