

Decidimos no vivir juntos hasta el matrimonio. Me alegré de haber esperado. Mientras esperaba en la cama, vestida con mis mejores galas, oí que Alex susurraba algo detrás de la puerta. Espera… ¡¿La Sra. Green?! ¿Qué hacía mi suegra aquí? No podía ser que se convirtiera en una de esas madres que tienen que instruir a su precioso hijo la primera noche. O peor, ¿podría estar aquí para darme instrucciones a mí? “Mamá, realmente lo intenté pero no puedo. Por favor, ven”. Mientras me quedaba desconcertada acerca de lo que estaba hablando, en un minuto, la puerta se abrió. Me subí las sábanas hasta la barbilla y me quedé mirándolos: “¡¿Qué está pasando?!”. La señora Green se volvió hacia Alex, con los ojos muy abiertos, y luego hacia mí: “Espera, ¿no te lo ha dicho?”. Y aquí sentí que se me hundía el estómago mientras ella
…daba un paso dentro de la habitación, bajando la voz como si estuviera revelando un secreto prohibido:
—“Alex tiene una condición… no puede…”
Me quedé paralizada, el corazón latiéndome a mil.
—“¿No puede qué?”, solté, con la garganta seca.
Alex, rojo como un tomate, me miraba suplicando con los ojos que no siguiera, pero yo ya estaba temblando de rabia y confusión.
La señora Green suspiró y completó la frase:
—“No puede consumar el matrimonio. Ha tenido este problema desde siempre y… nunca quiso decírtelo. Yo pensé que ya lo sabías”.
Sentí que la sangre se me helaba. Mi suegra lo sabía, él lo sabía, ¡todos menos yo!
—“¿Pretendían ocultármelo para siempre? ¿Creían que no me daría cuenta en mi propia noche de bodas?”, grité, con las manos temblorosas sobre las sábanas.
Alex tartamudeó:
—“Yo quería decirte, lo juro, pero tenía miedo de perderte. Mamá dijo que lo superaríamos juntos…”
En ese momento, comprendí que mi matrimonio se había construido sobre una mentira. Y la “luna de miel” que soñaba se había convertido en la revelación más amarga de mi vida.
Lo peor fue que la señora Green, en lugar de disculparse, me acarició el hombro como si fuera un simple trámite:
—“No te preocupes, querida. Hay médicos, terapias… y siempre puedes centrarte en ser una buena esposa”.
Sentí que se me rompía el corazón y, al mismo tiempo, que me ardía la piel de indignación.
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