

Mis padres me regalaron el collar de rubíes de mi abuela para mi boda. Era tan especial, un verdadero tesoro de la abuela. Aquella noche me quedé mirándolo, totalmente enamorada, e incluso hice esta foto. Menos mal que lo hice, porque al día siguiente desapareció. Todos estos años, todo el mundo sospechaba de mi cuñado Liam, ya que ha tenido sus problemas con las apuestas. Pero, sinceramente, nunca me habría preparado para la verdad que salió a la luz cinco años después. Papá me llevaba al trabajo y, de repente, frenó en seco, me miró a los ojos y me dijo: “Deja de acusar a Liam. Él nunca robó el collar. Fui yo. Tuve que quitártelo porque
…“porque ese collar nunca fue realmente un regalo. Era una reliquia familiar, sí, pero no de nuestra familia… al menos, no de la manera que creías.”
Me quedé helada.
—“¿Cómo que no es nuestro?” —pregunté con la voz temblorosa.
Papá suspiró profundamente, los nudillos blancos de tanto apretar el volante.
—“Ese collar pertenecía a otra mujer… a la mujer que yo amé antes de casarme con tu madre. Ella me lo confió para que se lo devolviera algún día a su hija. Pero yo… lo guardé. Cuando llegó tu boda, tu madre insistió en darte algo ‘precioso de familia’. Yo, débil, cedí y te lo entregué. Pero después no pude con la culpa. La hija de esa mujer seguía buscándolo. Así que lo devolví a escondidas.”
Sentí como si el aire me abandonara los pulmones. Toda mi vida había creído que llevaba en mis manos la herencia de mi abuela, un símbolo de amor familiar. En realidad, era el recordatorio de un secreto que mi padre había ocultado durante décadas.
Lo miré, con lágrimas en los ojos:
—“Papá… ¿quién era esa mujer? ¿Y esa hija…?”
Él apartó la vista de la carretera, con los ojos brillando de algo que era mezcla de dolor y miedo:
—“Esa hija, cariño… es alguien a quien ya conoces muy bien.”
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