
Mi suegra vino a nuestra boda vestida de novia y con un velo blanco: me dolió su comportamiento y decidí vengarme.
Era el tan esperado día de mi boda. Lo había soñado toda mi vida: un vestido blanco, invitados, familia y, a mi lado, mi amado esposo. Todo era perfecto, hasta que algo sucedió que convirtió la celebración en una auténtica pesadilla en un instante.
Cuando mis amigos y yo estábamos en la puerta de la iglesia, esperando a que comenzara la ceremonia, una larga limusina negra se detuvo de repente en la entrada. Todos se giraron y sentí un nudo en el estómago. La puerta se abrió de golpe y mi suegra salió del coche.

Me quedé paralizada. Llevaba un vestido de novia blanco, un largo velo y sostenía un ramo de rosas blancas. En ese momento, sentí como si el suelo desapareciera bajo mis pies. Fingió estar completamente sorprendida.
— ¡Oh, ¿estáis todos aquí? ¡Qué sorpresa!
Pero su voz era completamente falsa y fingida, y todos se dieron cuenta de que lo había planeado todo de antemano. Ni siquiera me miró, pasó de largo y se sentó en primera fila como si fuera su propia celebración.
No solo me sentí dolida, sino furiosa. Porque la novia soy yo. Este es mi día. Y ella había decidido convertirlo en un espectáculo de celos, demostrándole a todo el mundo que su hijo supuestamente le pertenecía solo a ella. Vi a los invitados riéndose y mirándome con lástima, lo que hizo que mi dolor se duplicara.

Apreté los dientes y decidí: no me quedaría callada. Después de la ceremonia, hice algo que hizo que mi suegra se arrepintiera profundamente de haber llevado el vestido blanco y de haber asistido . Continúa en el primer comentario.
Cuando terminó la ceremonia, me acerqué a ella. Llevaba una botella de vino tinto en las manos. La abrí y, sin dudarlo, le vertí todo el contenido sobre la cabeza. Los invitados jadearon, mi suegra gritó y yo, mirándola fijamente a los ojos, le dije:
—Recuerda una cosa: ya no eres quien manda en su vida. Deja de meterte en todo con tu manía de controlarlo todo. Das lástima, pareces una vieja vestida de blanco para demostrar que aún importas. Pero que quede claro: hoy es mi día, y yo estaré a su lado. Serás el hazmerreír de todos.

Se puso pálida, intentó responder, pero la interrumpí:
— Quítate la corona de una vez. Tu actuación ha terminado.
Entonces me giré y caminé hacia mi marido. Y los invitados… comenzaron a aplaudir.
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