Fui a nuestra casa de campo sin decirle nada a mi marido para averiguar qué tramaba allí en secreto: me horroricé al abrir la puerta.

Fui a nuestra casa de campo sin decirle nada a mi marido para averiguar qué tramaba allí en secreto: me horroricé al abrir la puerta.😱😱

Mi marido y yo tenemos una casa de campo en el pueblo. Solíamos ir allí los fines de semana: a plantar flores, a recoger verduras del huerto o simplemente a relajarnos lejos del caos de la ciudad.

Pero últimamente, encontraba excusas para no ir. Un día era el trabajo, al día siguiente estaba cansado o tenía otros recados. No le di mucha importancia; todo el mundo pasa por momentos difíciles.

Hasta que un día, estaba hablando por teléfono con la vecina, y de repente dijo:

— Vi a tu marido ayer en la casa de campo.

Me quedé impactado.

—¡Eso no puede ser! Tenía turno en el trabajo.

—No, no, de verdad lo vi —insistió ella.

Colgué el teléfono y los peores pensamientos empezaron a rondarme la cabeza. “¿Podría tener una amante? ¿Se estará viendo con ella en secreto en la casa de campo?”

El fin de semana siguiente, mi marido volvió a decir que no iba a ir.

—¿Tal vez debería ir sola entonces? —sugerí.

—¡No! —respondió bruscamente—. Me preocuparía, no quiero que vayas sola.

Su insistencia no hizo más que confirmar mis sospechas. Cuando salió de casa, decidí seguirlo. Y tal como sospechaba, se dirigió a la casa de campo.

Esperé un rato y luego fui yo también. Me acerqué a la casa con el corazón acelerado. Abrí la puerta… y me quedé paralizada del horror. Hubiera sido mejor que hubiera habido una amante allí que lo que vi. 😨😨Continúa en el primer comentario.👇👇

Entré con cuidado en la casa y escuché. Silencio. Pero del cobertizo provenía un olor extraño, denso y dulce a metal. Entré, con el corazón a punto de salírseme del pecho.

Dentro, colgaban pieles de animales de las vigas de madera. Aquello ya era desagradable de por sí, pero mis ojos se fijaron de inmediato en algo que me paralizó de miedo: entre ellas colgaba algo que se parecía demasiado a piel humana.

No podía creer lo que estaba viendo.

En ese momento, mi marido apareció en la puerta. Su rostro palideció al darse cuenta de que lo había visto todo.

—Esto… esto es cazar —murmuró, acercándose a mí—. Empecé hace poco. No quería asustarte…

Lo miré sin moverme. Todo en mi interior gritaba que mentía. Pero fingí creerle. Forcé una sonrisa y dije:

— De acuerdo. Lo entiendo. Simplemente no me lo esperaba…

Se relajó, dejó caer los hombros. Regresamos en silencio a la casa, pero sentí su mirada en mi espalda, como si intentara adivinar si realmente le creía.

Esa noche no pegué ojo. A la mañana siguiente, en cuanto salió a hacer sus recados, llamé a la policía con las manos temblorosas. Sabía que era mejor que lo comprobaran ellos a que luego se confirmaran mis peores sospechas.

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