

Sinceramente, lo único que quería era comerme mis calamares a la plancha y mi pan de ajo. Pero mientras esperaba, miré a mi alrededor y de repente lo vi a ÉL… mi marido, Tom, que se suponía que estaba de viaje de negocios. ¿Me está engañando o qué?
Estaba tecleando en su teléfono con una sonrisa misteriosa. ¿Con quién demonios estaba hablando este hombre, si no era conmigo? ¿Y a qué venía esa sonrisa?
En ese momento apareció un hombre y le entregó un sobre. Me levanté para ver mejor y contuve la respiración.
Tom sacó las fotos… Un abrigo verde, pelo familiar… ¡¿Qué demonios?! ¡¡¡Son MIS FOTOS!!! En ese momento, inmediatamente
me agaché detrás de una columna para no ser vista y mi corazón empezó a latir como loco.
Tom hojeaba esas fotos como si estuviera revisando un expediente secreto. Las imágenes eran de mí entrando y saliendo de casa, yendo al supermercado, incluso paseando al perro. Eran recientes… muy recientes.
Mi primera reacción fue pensar que había contratado a un detective para espiarme. Pero, ¿por qué?
Decidí acercarme con cuidado. Fingí que estaba sorprendida de verlo y dije:
—Vaya, qué coincidencia encontrarte aquí… ¿no estabas de viaje?
Se puso pálido. Cerró el sobre y tartamudeó:
—Yo… puedo explicarlo.
Y lo que me dijo después… me dejó sin palabras.
¿Quieres que siga con el giro final que hace que todo tenga sentido pero también duela un poco?
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