Mi marido exigió una prueba de ADN y estaba convencido de que nuestro hijo no era suyo: cuando los resultados estuvieron listos, el médico llamó y le reveló algo terrible.

Quince años después de haber criado juntos a nuestro hijo, mi marido de repente dijo:

—Siempre he tenido dudas. Es hora de hacerme una prueba de ADN.

Me reí, porque incluso la idea me parecía absurda. Pero mi risa se apagó rápidamente cuando finalmente fuimos a hacer los exámenes.

Pasó un martes. Estábamos cenando juntos. De repente, me miró de una manera que me dejó helada.

—Hace tiempo que quería decirte esto —dijo—, pero no quería hacerte daño. Nuestro hijo no se parece a mí.

—¡Pero se parece a tu madre, ya lo hemos hablado! —intenté objetar.

—Aun así. Quiero la prueba. O nos divorciamos.

Amaba profundamente a mi esposo y adoraba a nuestro hijo. Estaba segura de mi fidelidad: nunca había estado con otro hombre y solo lo amaba a él. Pero para mayor tranquilidad, fuimos a la clínica y dimos las muestras.

Los resultados estuvieron listos en una semana. El médico me llamó y me pidió que fuera de inmediato. En el pasillo, sentí que me temblaban las manos. Al entrar, levantó la vista del papel y dijo con seriedad:

— Será mejor que te sientes.

—¿Por qué, doctor? ¿Qué pasa? —Sentí que el corazón me latía con fuerza.

Y entonces vinieron las palabras que revolucionaron mi vida… 😲😲
Continuará en el primer comentario.

—Su marido no es el padre biológico de su hijo.

—¡¿Pero cómo es posible?! —Casi grité—. Siempre he sido fiel. ¡Nunca tuve a nadie más!

El médico suspiró profundamente:

—Sí, y lo más extraño es otra cosa. Tú tampoco eres la madre biológica de este niño.

Todo se oscureció ante mis ojos. No podía creerlo.

—¿Qué dices? ¿Cómo es posible?

—Eso es precisamente lo que necesitamos averiguar —dijo el médico—. Repitamos las pruebas para descartar un error. Luego intentaremos revisar los archivos y ver qué pasó.

Repetimos las pruebas. Los resultados confirmaron lo mismo. Durante dos semanas viví como en la niebla. Mi esposo guardaba silencio, mirándome con recelo, y yo lloraba por las noches con mi hijo en brazos.

Iniciamos una investigación. Buscamos registros hospitalarios antiguos e intentamos encontrar médicos y enfermeras que trabajaron allí en ese momento. Se había perdido mucho, pero poco a poco el panorama se fue aclarando.

Dos meses después nos dijeron: en nuestra maternidad, efectivamente, se había producido un intercambio de bebés. Nuestro hijo real había sido entregado por error a otra familia, y nos habían entregado el niño de otra.

Lo más aterrador fue que casos como este ya habían ocurrido en este hospital. La dirección había intentado encubrir los errores, pero encontramos pruebas.

No sabía cómo seguir. El hijo que amaba con todo mi corazón no era de mi sangre. Pero seguía siendo mi hijo.

Mi marido necesitó tiempo para aceptarlo.

Y en algún lugar de este mundo vive nuestro hijo real, y quizá él también esté creciendo en la familia de un extraño.

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