
Una pareja llamó a la policía, diciendo que escucharon ruidos extraños provenientes de su sofá: cuando los oficiales abrieron la tapicería, descubrieron algo horrible.
La pareja llamó a la policía temprano por la mañana, justo al amanecer. La voz de la mujer temblaba mientras intentaba explicarle al operador que “algo vive” en su sofá.
—“Se mueve… y araña”, insistió. “Al principio, pensamos que era ruido de la calle, ¡pero los sonidos vienen directamente del sofá!”
El agente decidió acudir al lugar con un guía canino y su perro. Quizás sí había algo allí.
Cuando entraron a la sala, la pareja ya estaba nerviosa: el hombre en silla de ruedas sostenía la mano de su esposa, y ella parecía a punto de gritar. Un silencio tenso llenó la habitación.
El perro se quedó paralizado en el sofá, se le erizó el pelo del cuello y, de repente, gruñó. Un segundo después, se abalanzó sobre los suaves cojines con un ladrido fuerte, hundiendo el hocico en la tela. Los dueños se quedaron boquiabiertos y el agente frunció el ceño.
—Hay algo ahí dentro. Y definitivamente no es pequeño.
El perro arañó la tapicería con sus patas, chillando de emoción, como si intentara alcanzar a un enemigo invisible.
El oficial sacó un cuchillo y cortó con cuidado el lateral del sofá. Al principio, cayó polvo y relleno viejo, y luego se oyó un chirrido agudo.
—¡Dios mío! —exclamó la mujer tapándose la boca con la mano.
Dentro del sofá estaban… Continúa en el primer comentario.
Varios cuerpos grises salieron de la abertura. Eran ratas, enormes, con ojos brillantes. Corrieron por el suelo, y el perro las persiguió furiosamente.
Pero lo peor estaba dentro. Cuando el agente rasgó aún más la tapicería, todos vieron: dentro de los huecos del sofá había un auténtico nido.
Estaba lleno de una familia entera: docenas de ratas, con crías recién nacidas, montones de cuerpos grises retorciéndose y chillando.
—¿Cómo entraron ahí? —susurró el hombre en silla de ruedas, palideciendo.
El perro ladró e intentó atrapar a las ratas, pero el agente lo apartó. Incluso él, tras haber visto tanto, quedó impactado por la magnitud. El sofá, donde la familia se había sentado durante años, viendo la televisión y recibiendo visitas, era un caldo de cultivo para una pesadilla viviente.
La mujer no pudo soportarlo más, le temblaban las manos y casi gritó:
— ¡¿Nos sentamos EN ESTO?!
El oficial asintió con seriedad:
—Sí. Pero ahora nos encargaremos de ello. Tu casa ya no es un lugar para ellos.
Sólo entonces la pareja se dio cuenta de que los ruidos extraños que habían estado escuchando durante semanas no eran en absoluto su imaginación.



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